jueves, 15 de marzo de 2018

Ni el populismo ni el neoliberalismo permiten que la ciudadanía tome decisiones políticas significativas, aunque ambos son parte del espectro democrático y están causalmente conectados entre sí (Federico Finchelstein, del fascismo al populismo en la historia)

El historiador e investigador argentino Federico Finchelstein , se pregunta en su nuevo libro Del fascismo al populismo en la historia. ¿De qué hablamos cuando hablamos de fascismo y populismo? ¿Qué los asemeja y qué los diferencia? ¿Cuáles son sus conexiones en términos teóricos y cuáles en su decurso histórico? ¿Cómo y por qué el fascismo se transformó en el populismo en la historia?.

Asegura Finchelstein , que en la actualidad se desempeña como profesor de Historia en New School for Social Research y en Eugene Lang College de New School en la ciudad de Nueva York, que su última obra contradice la idea de que las experiencias fascistas y populistas del pasado y el presente pueden reducirse a condiciones nacionales o regionales particulares. Debate con las perspectivas norteamericanas y eurocéntricas dominantes. Especialmente a la luz del punto de inflexión histórico de la victoria populista de Trump, el cuento del excepcionalismo democrático norteamericano por fin ha terminado. Esta nueva era de populismo prueba a las claras que Estados Unidos es como el resto del mundo. Lo mismo se puede decir de la cultura democrática francesa o alemana. Ya no hay excusas para que el narcisismo geopolítico obstaculice la interpretación histórica, especialmente a la hora de analizar ideologías que cruzan fronteras y océanos y hasta se influencian unas a otras.

Autor de numerosos artículos en diversas revistas especializadas así como ensayos en volúmenes colectivos acerca del fascismo, el Holocausto, la historia de los judíos en América Latina y Europa, el populismo en América Latina y el antisemitismo, Postula una mirada histórica sobre el populismo y el fascismo, pero también propongo una perspectiva desde el sur. En otras palabras, me pregunto qué sucede con el centro cuando lo pensamos desde los márgenes2. Ni el populismo ni el fascismo son exclusivamente europeos, norteamericanos o latinoamericanos. El populismo es tan norteamericano como argentino. Por eso mismo el fascismo también se dio tanto en Alemania como en India. Hay demasiados investigadores de Estados Unidos y Europa que explican el pasado y presente del fascismo y el populismo subrayando las dimensiones norteamericana o europea de lo que en realidad es un fenómeno global y transnacional. Descentrar la historia del fascismo y el populismo no significa adoptar una explicación alternativa única de sus orígenes. Todos los antecedentes son importantes.

¿Qué es el fascismo y qué es el populismo? Los primeros que se hicieron esas preguntas fueron algunos fascistas, antifascistas, populistas y antipopulistas que buscaban convalidar, criticar o distanciarse de lo que se percibía como rasgos comunes asociados con esos términos. Desde entonces las han repetido sus partidarios y algunos de sus críticos más acérrimos3. Tanto entonces como ahora, actores e intérpretes han coincidido en que ambos términos se contraponen al liberalismo, ambos implican una condena moral del orden de cosas de la democracia liberal y ambos representan una reacción masiva que líderes fuertes promueven en nombre del pueblo contra élites y políticos tradicionales. Pero, más allá de esas afinidades, y dejando de lado los tipos ideales y los límites de las interpretaciones genéricas, ¿cómo se han conectado histórica y teóricamente el fascismo y el populismo, y cómo deberíamos abordar sus significativas diferencias? Este libro brinda respuestas históricas a esas preguntas. Aunque el fascismo y el populismo ocupen el centro de las discusiones políticas y aparezcan a menudo mezclados, en realidad representan trayectorias políticas e históricas diferentes. Al mismo tiempo, fascismo y populismo están genealógicamente conectados. Forman parte de la misma historia.

El populismo moderno nació del fascismo. Así como la política de masas fascista llevó las luchas populares más allá de ciertas formas de populismo agrarias democráticas premodernas como la Narodnik rusa o el People’s Party (Partido del Pueblo) americano, y se distinguió también radicalmente de formaciones protopopulistas como el yrigoyenismo argentino o el battlismo uruguayo, los primeros regímenes populistas latinoamericanos de posguerra se apartaron del fascismo al mismo tiempo que conservaban rasgos antidemocráticos decisivos, no tan predominantes en los movimientos prepopulistas y protopopulistas previos a la Segunda Guerra Mundial.

Con la derrota del fascismo nació una nueva modernidad populista. Tras la guerra, el populismo reformuló el legado del «antiiluminismo» durante la Guerra Fría y por primera vez en la historia se completó, es decir, accedió al poder4. Hacia 1945, el populismo había llegado a representar una continuación del fascismo, pero también una renuncia a ciertos aspectos dictatoriales determinantes. El fascismo postulaba un orden totalitario que produjo formas radicales de violencia política y genocidio. En cambio, y como resultado de la derrota del fascismo, el populismo intentaba reformar y modular el legado fascista en clave democrática. Tras la guerra, el populismo era un resultado del efecto civilizacional del fascismo. El ascenso y caída de los fascismos afectó no sólo a quienes habían sido fascistas, como el general Juan Perón en la Argentina, sino también a muchos compañeros de ruta autoritarios como Getúlio Vargas en Brasil, o muchos miembros de la derecha populista norteamericana que en un primer momento no habían experimentado o coincidido plenamente con el fascismo. Para acceder al poder, el populismo de posguerra renunció a sus fundamentos prodictatoriales de entreguerras pero no dejó el fascismo del todo atrás. Ocupó su lugar mientras se convertía en una nueva «tercera vía» entre el liberalismo y el comunismo. Sin embargo, a diferencia de los partidarios del fascismo, sus simpatizantes querían que el populismo fuera una opción democrática. Esta intención populista de crear una tradición política nueva que pudiera gobernar la nación pero se diferenciara del fascismo, sumada al éxito que finalmente la coronó, explican la compleja naturaleza histórica del populismo de posguerra como un conjunto variado de experimentos autoritarios con la democracia. Sin duda el populismo moderno incorporó elementos de otras tradiciones, pero los orígenes y efectos fascistas del populismo tras la derrota de Hitler y Mussolini moldearon su tensión posfascista constitutiva entre la democracia y la dictadura.

Introducción:

Pensando el fascismo y el populismo en función del pasado

Indagación histórica de cómo y por qué el fascismo se transformó en el populismo en la historia, este libro describe las genealogías dictatoriales del populismo moderno. Subraya también las diferencias significativas entre el populismo como forma de democracia y el fascismo como forma de dictadura. Vuelve a pensar las experiencias conceptuales e históricas del fascismo y el populismo, evaluando sus afinidades ideológicas electivas y sus diferencias políticas sustanciales en el plano histórico y teórico. Un abordaje histórico no implica subordinar las experiencias vividas a modelos o tipos ideales, sino más bien subrayar cómo los actores se vieron a sí mismos en contextos a la vez nacionales y transnacionales. Implica subrayar contingencias diversas y fuentes múltiples. La historia combina evidencia con interpretación. Los tipos ideales ignoran la cronología y la centralidad de los procesos históricos. El conocimiento histórico requiere dar cuenta de cómo el pasado se experimenta y explica a través de relatos de continuidades y cambios a lo largo del tiempo.

Contra la idea de que el populismo es un fenómeno exclusivamente europeo o norteamericano, propongo una lectura global de sus trayectorias históricas. Al debatir con definiciones teóricas genéricas que reducen el populismo a una sola frase, insisto en la necesidad de restituir el populismo a la historia. Las formas de populismo de izquierda y de derecha que se entrecruzan en el mundo son diversas y hasta opuestas, y coincido con historiadores como Eric Hobsbawm en que las formas de populismo de izquierda y las de derecha no pueden confundirse por la simple razón de que a menudo son antitéticas1. Mientras los populistas de izquierda presentan a quienes se oponen a sus opiniones políticas como enemigos del pueblo, los de derecha conectan esa intolerancia populista hacia las opiniones políticas distintas con una concepción del pueblo basada en la etnicidad y el país de origen. En pocas palabras, los populistas de derecha son xenófobos.

Al enfatizar el estilo populista antes que sus contenidos, la mayoría de los historiadores han rechazado las dimensiones más genéricas y transhistóricas de las numerosas teorías del populismo que minimizan las diferencias históricas e ideológicas. Cuestionando las definiciones que hacen del populismo algo exclusivamente de izquierda o de derecha, pongo el acento en el rango de posibilidades históricas que presenta el populismo, de Hugo Chávez a Donald Trump, conservando distinciones sociales y políticas esenciales entre la izquierda y la derecha pero sin perder sus propiedades antiliberales decisivas en sus diversas manifestaciones históricas. Y contra la idea estereotipada de que el populismo es una experiencia política nueva, sin una historia profunda —concretamente, una formación nueva nacida con el cambio de siglo y la caída del comunismo—, propongo un análisis histórico según el cual el populismo arraiga por igual en los otros tres momentos globales del siglo pasado: las dos guerras mundiales y la Guerra Fría.

De la derecha europea a los Estados Unidos, el populismo, la xenofobia, el racismo, los líderes narcisistas, el nacionalismo y la antipolítica ocupan el centro de la política. ¿Debemos prepararnos para una tormenta ideológica similar a la que desencadenó el fascismo cuando apareció, hace poco menos de cien años? Eso piensan algunos actores y analistas de política mundial, y el surgimiento reciente de políticas populistas racistas en Estados Unidos, Austria, Francia, Alemania y tantos otros lugares del planeta parece confirmarlo. Pero pocos coinciden en una misma definición de fascismo y populismo, y los estudiosos del fascismo y del populismo suelen mostrarse reticentes a debatir en público los usos de esos términos. Al retirarse del debate público han permitido que los usos del fascismo y el populismo carezcan básicamente de una interpretación histórica. En un momento en que el fascismo y el populismo parecen estar en todas partes, muchos actores e intérpretes actuales desconocen sus verdaderas historias.
Los usos del fascismo y el populismo

El fascismo, como el populismo, suele servir para designar el mal absoluto, el desgobierno, los liderazgos autoritarios y el racismo. Pero esa función despoja a los términos de sus sentidos históricos. La creencia problemática de que la historia no hace sino repetirse a sí misma ha viajado del norte global al sur global, de Moscú a Washington y de Ankara a Caracas. En 2014, tras la anexión rusa de Crimea y la crisis ucraniana, las autoridades rusas decían que el gobierno de Ucrania era el resultado de un golpe fascista. Hillary Clinton, por entonces secretaria de estado, comparaba el accionar del presidente ruso Vladimir Putin en relación con Ucrania con «lo que Hitler hizo en los años 30». Ese mismo año, lejos del Mar Negro, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro recurrió a la amenaza del fascismo para justificar el encarcelamiento de un líder de la oposición. El mismo tipo de afirmaciones problemáticas hacían y hacen quienes se oponen a los experimentos latinoamericanos con el populismo. Epítetos similares suelen circular a propósito de Oriente Medio y África. En 2017, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan describía a Europa como «fascista y cruel». Caracterizaciones casi idénticas, según las cuales tanto el gobierno como la oposición son fascistas, recorren el sur y el norte global, de la Argentina a Estados Unidos, donde Donald Trump debió enfrentar ese tipo de acusaciones durante su exitosa campaña presidencial de 2015-2016; él mismo, ya como presidente electo, acusó a las agencias de inteligencia de haber incurrido en prácticas nazis en su contra. Sintomáticamente, Trump se preguntaba: «¿Acaso vivimos en la Alemania nazi?3».

Como el término fascismo, el término populismo también es objeto de una mala interpretación cuando se lo define como una condensación de extremos de derecha e izquierda. Se lo ha exagerado o mezclado con cualquier cosa que se oponga a la democracia liberal. Por ejemplo, políticos como el presidente mexicano Enrique Peña Nieto o el ex primer ministro británico Tony Blair (en particular tras el Brexit de 2016) denunciaban que el populismo se oponía al statu quo liberal del que ellos eran representantes apasionados. En realidad, esta tendencia a pintar el populismo como una visión negativa de la democracia revela una identificación simplista, a menudo interesada, de la democracia con el neoliberalismo. Esas posiciones reproducen las concepciones totalizantes del populismo del tipo «nosotros versus ellos». Más aún, vacían a la democracia de cualquier potencial emancipatorio. En ese contexto, enfrentados con sus enemigos neoliberales, los sectores de la sociedad (de izquierda o derecha) que se sienten marginados por las élites tecnocráticas se ven aún más atraídos por el populismo. Se puede pensar que populismo y neoliberalismo socavan por igual la diversidad e igualdad democráticas, pero ninguno de los dos es una forma de fascismo.

Ni el populismo ni el neoliberalismo permiten que la ciudadanía tome decisiones políticas significativas. Pero ambos son parte del espectro democrático y, a partir de 1989 especialmente, han estado causalmente conectados entre sí y a menudo se han sucedido uno al otro. A escala global, el populismo no es una patología de la democracia sino una forma política que prospera en democracias particularmente desiguales, es decir, en lugares donde la brecha de ingresos crece y la legitimidad de la representación democrática decrece. El populismo puede reaccionar socavando la democracia aun sin destruirla, y si y cuando llega a acabar con ella, deja de ser populismo y se convierte en otra cosa: una dictadura.

Históricamente, el populismo ha respondido a estos contextos (de derecha o izquierda) de manera diversa, y aunque esas respuestas se encuadren en culturas políticas y situaciones nacionales distintas, por lo general tienden al autoritarismo. Esto se debe principalmente a que el populismo, como anteriormente el fascismo, interpreta que su propia posición es la única y verdadera forma de legitimidad política. La única verdad del populismo es que el líder y la nación forman un todo. Para el populismo, la voluntad singular de la mayoría no puede aceptar otros puntos de vista. Aquí el populismo se parece al fascismo en el hecho de que es una reacción al modo en que liberalismo y socialismo explican lo político. Y, como el fascismo, una vez más, el populismo no le reconoce un lugar político legítimo a una oposición a la que acusa de actuar contra los deseos del pueblo y de ser tiránica, conspirativa y antidemocrática. Pero esta negativa a reconocerle legitimidad a la oposición no suele ir más allá de la lógica de una demonización discursiva. Se convierte a los adversarios en enemigos públicos, pero sólo en el plano retórico. Si el populismo pasa de esa enemistad retórica a poner en práctica la identificación y persecución de enemigos, podríamos decir que se ha transformado en fascismo o en algún otro tipo de represión dictatorial. Es algo que ya ha sucedido antes, por ejemplo, en el caso de la Triple A peronista a principios de la «Guerra Sucia» argentina de los años 70, y sin duda podría volver a suceder en el futuro. El populismo siempre puede convertirse en fascismo, pero es una posibilidad muy poco común, y cuando sucede, y el populismo se vuelve totalmente antidemocrático, deja de ser populismo. El fascismo celebra la dictadura; el populismo nunca. El fascismo idealiza y pone en práctica formas crudas de violencia política que el populismo rechaza en teoría y, por lo general, también en la práctica. De modo que es problemático hablar de populismo y fascismo como si fueran lo mismo, en la medida en que ambos son significativamente distintos. El populismo es una forma de democracia autoritaria, mientras que el fascismo es una dictadura ultraviolenta. Los términos están conectados genealógicamente, pero por lo general no conceptual ni contextualmente. Historizado de modo correcto, el populismo no es el fascismo.

¿Por qué, pues, se habla de populismo y de fascismo sin hacer referencia a sus respectivas historias? ¿Es verdad que asistimos al retorno del fascismo, el ismo que marcó a sangre y acero la primera mitad del siglo XX? Por lo general se toma el fascismo no como una experiencia histórica específica, con resultados traumáticos, sino más bien como un insulto. Así, líderes y partidos populistas que representan concepciones autoritarias de la democracia pero no se oponen a ella son erróneamente equiparados con formaciones dictatoriales fascistas. A partir de 1945, por primera vez en su historia, el populismo pasó por fin de ser una ideología y un tipo de movimiento de protesta a un régimen de poder. Fue un punto de inflexión en su trayectoria conceptual y práctica cuya relevancia histórica no puede dejar de subrayarse. Del mismo modo, el fascismo sólo se volvió realmente influyente cuando pasó de ideología y movimiento a régimen. En este sentido, en su calidad de primer líder populista en el poder, Perón desempeñó un papel similar al que encarnaron los líderes fascistas Mussolini y Hitler. Al convertirse en un régimen, el populismo terminó cristalizando una forma política nueva, eficaz, de gobernar la nación. Así fue como el populismo reformuló al fascismo, y en esa medida, como en el célebre caso del pe­ronismo argentino, se convirtió en un ismo totalmente dife­renciado: uno que echó y echa sus raíces en la democracia electoral, al tiempo que despliega una tendencia a rechazar la diversidad democrática.



Fuente Finchelstein. F ( 2018) Del fascismo al populismo en la historia, Buenos Aires, Argentina ( Taurus).
https://www.megustaleer.com.ar/libro/del-fascismo-al-populismo-en-la-historia/AR32249/fragmento/

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